Todo empezó en 2012, cuando Artur Mas regresó de la Moncloa con la negativa de Mariano Rajoy a abordar un pacto fiscal para Cataluña. Aquel presidente de la Generalitat designado a dedo por Jordi Pujol emprendió entonces una carrera imparable abrazado al independentismo en el que nunca había militado. Avanzó en la vía del desafío al Estado español como quien se adentra en un bosque de espesa maleza que se va cerrando a sus espaldas, en la confianza de que su rival en la Moncloa cedería o sería obligado a hacerlo por los líderes europeos.
¿Qué impulsó a Mas a enfilar esa dirección? ¿Quiénes le influyeron durante el trayecto? ¿Hubo algún momento en el que fue posible cambiar el curso de la historia y evitar una de las mayores crisis institucionales y políticas de España? Al final, Carles Puigdemont, alcalde de Girona, independentista de cuna, tomó el relevo y proclamó una república simbólica que solo sirvió para que Cataluña perdiera el autogobierno del que había disfrutado durante cuarenta años. «No quiero ser el presidente de Freedonia», dijo Puigdemont en un destello de clarividencia justo antes de sucumbir al apelativo más corrosivo y letal de todos, el de «traidor», y declarar una independencia simbólica que acabó naufragando.
«La mejor crónica que se ha escrito de los acontecimientos de Cataluña.»